El aumento del consumo incontrolable, que se traduce inevitablemente en degradación ambiental mediante el ciclo superproducción-consumo-eliminación de desechos, contribuye a que el mundo presente, cada vez más, una escasez progresiva de recursos renovables para sostener al ambiente y al género humano. El indetenible afán de un rápido crecimiento económico, con la desestimación del costo ecológico por parte del proceso globalizador económico liberal, conduce indefectiblemente a una crisis de dichos recursos imputable en lo fundamental a la deforestación, la degradación de los suelos y a la desertificación.
Dicha crisis se convierte en una importante fuente del incremento de la pobreza mundial que amenaza la vida de millones de personas, sobre todo de las áreas rurales, cuya sustentación depende directamente del medio geográfico en el que viven, el que se vuelve marginal, como ocurre ya con 500 millones de los pobladores más pobres del mundo.
El costo humano causado por la deforestación es extremadamente alto. Los bosques están ligados íntimamente a la supervivencia del hombre, no sólo para su alimentación, sino también para su provisión de medicamentos, su abastecimiento de energía y para satisfacer sus necesidades constructivas. Pero, además, son directamente responsables de la oferta de agua y reguladores importantes de las condiciones climáticas.
Son varios los factores que llevan a la deforestación: el incontrolable incentivo económico con inescrupulosos fines lucrativos las maquinaciones políticas que los sustentan y la inseguridad en la tenencia de la tierra. Estos mecanismos se imbrican en un nefasto círculo vicioso por el cual se estimula a los moradores pobres a que despojen las zonas boscosas con distintos argumentos: la construcción de nuevas asentamientos «más fértiles»; como medios de seguridad contra «futuros invasores de su propiedad», o la oferta del cambio de la producción agrícola por la ganadería, que a la postre resulta un negocio incontrolable.
En las dos décadas finales del siglo xx se han talado, coma ya se ha expresado, 160 millones de hectáreas de bosques tropicales, tres veces la superficie de Francia, con un ritmo anual de un área equivalente a la de Uruguay incluso en Europa solamente el l % de sus bosques originales sigue en pie. En los últimos 60 años se ha degradado mas de la sexta parte de la tierra productiva del mundo, el 80% de la cual pertenece al Tercer Mundo. Dicha degradación reduce en una gran medida la utilización la productividad per capita de las tierras agrícolas, con la subsiguiente reducción de los medios alimentarios para el ganado. Pero, además provoca el éxodo de grandes masas de agricultores hacia otras áreas en busca de tierras más fértiles. Por otra parte, como resultado del bombeo excesivo de las aguas subterráneas y del agotamiento de las acuíferas, se ha reducida la disponibilidad del total de agua en el 43% en el periodo comprendido entre l950 y 1995.